A un caracol

No hay lugar para ti

sino tu nácar.

Pez vil, deforme,

gelatina arenosa,

fuera del agua,

fuera del tiempo,

con tu guarida a cuestas,

muy bien ceñida,

tú te arrinconas

ante cada milímetro.

¿Podrán las flores o el

aire tomarte

en cuenta?

Miseria móvil,

harto de soledades

y de silencios.

Con tu tardo arrastre,

poseído de espesa

mudez,

rezumas olvido

y marcas desprecios.

¿Te engañarás

pensando:

“lento pero seguro”?

Tú surcas tierra y rama

Prodigando mil lágrimas

en forma de viscosas

estelas.

Pero a menudo solo

mueves a risa,

y haces fácil la burla,

reservando penas

para tu escondrijo.

¿Alguna vez creerás

que eres un ser vivo?

Extranjero perenne,

siempre asentado.

Lerdo Mercurio, avanzando;

recogido, pétrea cebolla.

Quizá te convencerás,

en tu espacioso avance,

de lo perpetuo

de todas las cosas,

o tal vez barruntarás,

estoico resignado,

cómo todo mañana

ya se ha secado.

Poco a poco

la vida se extravió

en la espiral

de tu concha,

sol opaco

de tus días.

El tiempo

inconmovible

la fue cubriendo

de grietas;

y tú vives,

mientras tanto,

de futuros huidos.

¿Qué deseo tendrás

sino librarte del presente?

Caracol,

¡ojalá pudiera darte

el mundo entero!

Antonio Escalante

Compártelo:

0 comentarios sobre “A un caracol”

Deja un comentarioCancelar respuesta