A mí, que titubeo gangueando
desde el olfato dulce que he perdido,
a mí, préstame oídos, Papá Legba.
Nutre mi verbo y llévalo en tus hombros
a donde los loa y los guedé lo oigan.
Y si hace falta, álzalo hasta Bondye
y hazlo brillar con una luz de estrella,
y dale un compás zafio que conmueva
al cruel carcelero, Barón Samedi.
Y diles,
diles a todos,
que se apiaden de esta sombra,
que salven este espejismo,
porque es carroña sin ángel.
Un brujo robó el timón
de mi barco ceniciento,
y con risa de pozo
Samedi selló las puertas
de la Guinea celeste,
el campo de los arrullos.
Yo he sido y soy
una urdimbre de cadenas,
ave atada en un abismo.
Y llevo la luna al cuello
de tanta piedra y vinagre.
Y ya las voces ríen
y me recuerdan
que tras tanto temblar vacío
se han estrechado los caminos
y solo una ruta
se marca:
el silencio.
Antonio Escalante
(Poema inspirado en algunas creencias y mitos del vudú haitiano)
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