La aguja del pajar
se descubrió extraviada
en el cauce de los ríos
que no portan rostro
y solo saben del olvido.
Una mañana un nadie
no la buscó,
ni ha hablado, ni ha mirado
(¿quién sabrá si se ha perdido?),
y debió soltar lágrimas,
y cerrar los ojos, bajo un sauce amarillo.
Antonio Escalante
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