La herida que me marca

se aparece en la noche.

El humo de mi futuro,

rebanado,

es un niño profundo,

incorpóreo.

Y el deseo feérico palpita

en mis sueños

con la cimitarra

de mil tabúes.

Pero el cuchillo brutal

dictaminó ya para siempre

la brevedad que me enlaza

y la sed imbatible

de mis espejismos.

El corazón porfía

en formular sueños

de la reina celeste,

el ave datilera

que hace crepitar

mi cuerpo con

imposible anhelo.

El harén vedado

de mis tardes;

el sultán-ponzoña

de mis soles;

¿han visto el filo

que me parte entero

bajo las estrellas?

La carencia que me define

se esconde mal,

pero se esconde.

Lo que sí grita y se siente,

rotundo, contumaz,

es la crueldad del hombre.

Antonio Escalante

Imagen: El sueño del eunuco (1874), de Jean Jules Antoine Lecomte

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